Y surgieron los soldados de la nueva era. Orgullosos de sacrificarse por la vida. Dispuestos a matar por amor.
Aquí y allá. Primero los más audaces: luchadores solitarios contra el sistema entero. Después, poco a poco se organizarían en grupos. Atacaron directamente a los intereses de los poderosos: sus bienes personales y los de bancos y multinacionales, también los de sus lacayos más fieles.
Y una consigna implacable: al enemigo, la muerte...
¿Quién se atreverá a decirlo claramente? Que hay que perseguir a los amos del Gran Capital y a sus secuaces, sacarlos de sus madrigueras y pasarlos a cuchillo. Que son la ponzoña del mundo y hay que elegir: o ellos o nosotros.
¡Terroristas! ¡Asesinos! ¡Locos! Gritarán todos los altavoces del sistema. Y la mayoría les hará coro y señalará a los libertadores como demonios, equivocando el enemigo.
¿Quiénes son los peores asesinos? ¿Quiénes condenan a muerte a millones? ¿Quiénes destruyen la Tierra?
Párate. Piensa. ‘Matar es malo’ te inculcaron. Te quieren manso e indefenso. Pero ¿y si esa fuera la única forma de salvar a los tuyos? Despierta ¿quién ha empezado la guerra?
Los héroes comprenden la verdad. Saben que la paz no es ya una opción. El enemigo no cederá sus privilegios sin sangre, y los gobiernos son títeres en sus manos. Si el Capital nos lleva al exterminio, lo humano es procurar su destrucción. Y nada de ir a por los peones: directo a por los de arriba.
Única negociación posible: que repartan. Que distribuyan su riqueza hacia abajo y estarán a salvo. Bancos y transnacionales, que se disgreguen o sometan al control directo ciudadano. Frenar esa acaparación de recursos en pocas manos.
Es la revolución: los desposeídos contra los ricos. Pero el luchador no se plantea qué sistema ha de venir luego. Él es solo el puente. Él solo debe allanar el camino. Atacar el cáncer como única forma de preservar lo sano.
Así, la naturaleza los reclamó y ellos se levantaron. La rebelión de la diversidad frente al destructor monopolio industrialista. Decididos, pasionales, sin importarles el riesgo o las dificultades. Combatir al opresor, proteger siempre al débil.
En su mayoría jóvenes, aún no contaminados por el virus consumista, rompieron ataduras familiares y sociales. Entendieron que no era tiempo de egoísmos; que hay que salvar a la especie, el bien común antes que sus propias vidas.
Despreciando las comodidades que ablandan, entrenando cuerpo y mente a diario. Rechazando las tentaciones sensuales o materialistas... Su misión es otra, su destino no es el disfrute sino la gloria.
No tenían posibilidad alguna, por supuesto. Apenas causan leves picaduras en el inmenso poder del Capital antes de que este los elimine con su control absoluto de las comunicaciones, los gobiernos y la opinión pública. Los guerreros son suicidas, y lo saben. Pero aún así no dejarán de surgir nuevas remesas, estampándose contra ese muro, tratando de detener con el mar de su sangre al monstruo de acero.
¿Quizá tú...?
Ni un solo avance social se consiguió sin lucha. Si no estás dispuesto a matar por la libertad, eres un esclavo.
Alberto Castillo Martínez